Hoy es algo así como mi último día de veraneo. Durante toda mi infancia y adolescencia pasé los veranos casi enteros en el pueblo de mi padre; salvo algunos viajes esporádicos a otros lugares, la mayor parte de mis recuerdos veraniegos están vinculados a este lugar.
Hoy miro por la ventana de mi habitación y observo cómo ha cambiado el paisaje desde aquellos años. Contrariamente a lo que cabría esperar en un pequeño pueblo de la meseta, en los últimos años han proliferado las casas en lo que antes eran descuidados solares. El joven y altivo castaño donde hace un año gorjeaban incontables gorriones ha dejado paso a cuatro paredes grisáceas en cuyo interior se empotra, según comentan los propietarios, un moderno jacuzzi cuyas aguas surte el único manantial que abastece el pueblo y que, año sin otro, se niega durante uno o dos días a darnos el agua de sus entrañas para que algunos vecinos la malgasten plantando cebollas regadas a grifo. Sé de una mujer que, al menos hace unos años, tenía en el corral una espita siempre abierta porque no temía quedarse sin agua: su casa estaba en la zona más honda del pueblo. Ni qué decir tiene que el agua sale “gratis” porque no hay contadores. El que venga detrás… mala suerte.
Paralelamente a estos cambios, también nuestra vida ha ido cambiando. De modo casi imperceptible, algunos hemos crecido, otros han ido envejeciendo. Nuestra vida, nuestras ilusiones, nuestras expectativas han ido cambiando y cada año traemos en el macuto vivencias que jamás habríamos imaginado un año antes.
No puedo evitar año tras año comparar cada verano con el anterior. Cosas que hice, lugares que visité, personas con las que conversé. No puedo evitar sentir año tras año una pizca de añoranza por veranos pasados, de largas horas jugando en la tierra o entre montones de trigo, mirando el inmenso azul del cielo tumbada sobre el rastrojo o contando con mi padre estrellas en el cielo y luciérnagas entre las hierbas del suelo…
Es probable que, por circunstancias, no pueda venir el verano próximo. No sé qué habrá cambiado para el siguiente. Éste no ha sido a priori, un verano especial ni inolvidable pero miro por la ventana como si fuera mi última oportunidad de admirar el paisaje. Quién sabe si a la vuelta habrá vuelto a cambiar; quién sabe si volveremos todos y cómo será nuestra vida entonces.
Hoy miro por la ventana de mi habitación y observo cómo ha cambiado el paisaje desde aquellos años. Contrariamente a lo que cabría esperar en un pequeño pueblo de la meseta, en los últimos años han proliferado las casas en lo que antes eran descuidados solares. El joven y altivo castaño donde hace un año gorjeaban incontables gorriones ha dejado paso a cuatro paredes grisáceas en cuyo interior se empotra, según comentan los propietarios, un moderno jacuzzi cuyas aguas surte el único manantial que abastece el pueblo y que, año sin otro, se niega durante uno o dos días a darnos el agua de sus entrañas para que algunos vecinos la malgasten plantando cebollas regadas a grifo. Sé de una mujer que, al menos hace unos años, tenía en el corral una espita siempre abierta porque no temía quedarse sin agua: su casa estaba en la zona más honda del pueblo. Ni qué decir tiene que el agua sale “gratis” porque no hay contadores. El que venga detrás… mala suerte.
Paralelamente a estos cambios, también nuestra vida ha ido cambiando. De modo casi imperceptible, algunos hemos crecido, otros han ido envejeciendo. Nuestra vida, nuestras ilusiones, nuestras expectativas han ido cambiando y cada año traemos en el macuto vivencias que jamás habríamos imaginado un año antes.
No puedo evitar año tras año comparar cada verano con el anterior. Cosas que hice, lugares que visité, personas con las que conversé. No puedo evitar sentir año tras año una pizca de añoranza por veranos pasados, de largas horas jugando en la tierra o entre montones de trigo, mirando el inmenso azul del cielo tumbada sobre el rastrojo o contando con mi padre estrellas en el cielo y luciérnagas entre las hierbas del suelo…
Es probable que, por circunstancias, no pueda venir el verano próximo. No sé qué habrá cambiado para el siguiente. Éste no ha sido a priori, un verano especial ni inolvidable pero miro por la ventana como si fuera mi última oportunidad de admirar el paisaje. Quién sabe si a la vuelta habrá vuelto a cambiar; quién sabe si volveremos todos y cómo será nuestra vida entonces.
3 comentarios:
ainsss mi ratoncito
Yo quiero que vuelvas.
Y quien no siente añoranza por algo del pasado?
muchos besossssss
Todo cambia, nos vemos forzados ante estos cambios, sin poder hacer nada, a veces para mejor y otras para peor, pero es así.
Lo bueno tienes la suerte de mantenerlo en tu mente.
Un abrazo
Ay, colega bloguera. Yo suscribo todo lo que dices, pero me quedo especialmente con "quien sabe si volveremos todos"
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