martes, 27 de abril de 2010

Ay, qué caló...

Si hace diez días parecía que se estaba reproduciendo el diluvio universal, ahora hace una caló que pa qué. Se acabaron los descansos en la terraza, la brisa fresca de las mañanas y las chaquetitas de punto fino. Ya hemos pasado los 30º y ni siquiera ha llegado mayo. El verano -y trabajar en agosto- promete...

viernes, 16 de abril de 2010

La lluvia en Sevilla es una maravilla; la lluvia en Rabat es una bestialidad

Ya siento haber utilizado un título taaaan tonto pero no se me ocurría nada mejor para explicar las trombas de agua que inundan con demasiada frecuencia las calles de esta ciudad.
A quien crea que Marruecos es un país seco, de clima semidesértico, le bastan unos pocos minutos sobrevolando el país para acostumbrar a su retina a un damero de tonos verdes e invernaderos. A quien crea que en Marruecos no llueve, le basta vivir una semana en Rabat para empaparse zapatos, calcetines y hasta media pierna los pantalones cruzando una calle cualquiera en un día cualquiera.
Ahora que habían aparecido el buen tiempo, el sol, las mangas de camisa y los primeros planes de playa, ahora que habían pasado los meses de noviembre, diciembre, enero, febrero y marzo en los que de cada cuatro semanas diluviaba durante tres y media -eso sí, por la tarde casi todos los días brillaba el sol-, ahora llegan las tormentas, igual de torrenciales que las anteriores lluvias.
Y lo malo es que Rabat no tiene alcantarillas. O si las tiene -que alguna hay- son muy pocas y a menudo atascadas con arena o basura de lluvias anteriores. Y esto hace que las calles se conviertan en piscinas, que en la acera de mi calle sólo haya un punto por el que saltar sin hacer un intento de spagat y sin que el paso se me quede demasiado corto y el salpicón me deje la ropa con más lunares pardos que un vestido de faralaes.
Esta tarde casi (pero no, jejeje) me pilla una de esas trombas en medio de la calle. Por suerte me he podido refugiar en un soportal. Como me aburría he grabado un vídeo de coches levantando olas y marroquíes corriendo bajo la lluvia. No se ve demasiado bien pero mi móvil no da para más...

miércoles, 14 de abril de 2010

La coral de Rabat

Dentro de la limitada vida cultural que tiene Rabat, hay que destacar el esfuerzo de las instituciones tanto nacionales como extranjeras. Casi todas las semanas hay exposiciones, conferencias, proyecciones o conciertos organizados en colaboración con la embajada de algún país. Las que más destacan, por proximidad geográfica y cultural y por presencia de expatriados, son las embajadas de Francia, Italia y, cómo no, España.
Hace un par de días tuve ocasión de asistir a un concierto gratuito ofrecido por la Coral de Rabat en colaboración con la Biblioteca Nacional y el Instituto Francés. Representaban la ópera Fausto, de Gounod, en el salón de actos de la moderna Biblioteca Nacional:

Hay dos cosas que me llamaron la atención (a parte, claro está, de la buena calidad musical del evento).

En primer lugar, su modestia. La Coral de Rabat es modesta, no cabe duda. No sé si utilizará uniforme en sus conciertos del Teatro Real pero en este concierto sus miembros iban vestidos con pantalón negro y camisa blanca, falda negra y blusa blanca, pero sin uniforme. Ni por asomo su presupuesto será similar al de, pongamos por caso, el Coro de la Comunidad de Madrid. Y sin embargo su profesionalidad, su calidad musical y su entrega al público son equiparables.

Por otro lado, y esto de veras me llamó la atención... ¡una de sus miembros era invidente! Me di cuenta (más bien se dio cuenta una amiga) porque leía las partituras en braille. Deconozco si en las corales europeas hay o no discapacitados, probablemente haya alguna "cuota" prevista legalmente para evitar que sean discriminados. Pero probablemente aquí no la haya y, sin embargo, ¡ahí estaba! Toda una lección de integración...

P.D.: no os precupéis por el minipost anterior, era sólo una reflexión de mi último viaje a España, en Semana Santa. Pero tranquilos que todo sigue, a veces más, a veces menos, pero siempre bien.

jueves, 25 de marzo de 2010

El hombre del taxi

Hay taxistas en Rabat de edad desconocida, de carne enjuta y seca y piel tostada surcada por mil arrugas. El hombre del taxi de ayer irradiaba una fragilidad humilde, casi ausente. Tenía marcadas facciones debidas sin duda a la falta de alimento: ojos hundidos de mirada oscura pero de limpio mirar, pómulos poco carnosos, labios apagados y boca sin dientes, cuello estrecho y pellejudo, pelo escaso, blanquecino y ralo. Sus manos de dedos artríticos conducían un Fiat color azul eléctrico casi tan viejo como el conductor. Se aferraba al volante con afán, descansando sobre él todo el peso de su cuerpecillo, del mismo modo que haría cualquier anciano sobre un bastón. Debía de rondar los 80 años.

Conducía su taxi con parsimonia, casi a riesgo de ahogar el motor. La aguja del cuentakilómetros no alcanzaba los veinte por hora. Se percibía en él la inseguridad propia de quien se se siente viejo y vencido por el paso de los años. Cada vez que otro automóvil lo rebasaba, ocupando de súbito su carril, soltaba una mano temblorosa del volante y la giraba lentamente con elegancia, a modo de interpelación, mientras ahogaba unas palabras que su cansada garganta era ya incapaz de pronunciar.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Vida en un Oasis

Este fin de semana he estado de acampada en un oasis cualquiera, a la orilla de un río cualquiera, al sur de Marruecos. El oasis en cuestión se llama Arbaa Aït Ahmed, en Imuraid. La idea preconcebida que yo tenía de un oasis era la de un remanso de agua en medio de un interminable desierto de arena. Este oasis, sin embargo, era en realidad un pequeño valle a la orilla de un río y a primera vista apenas se diferenciaba de cualquier valle de la meseta de España. Era la abundancia de palmeras, arganeros y cactus la que hacía recordar que estábamos en Marruecos.
Nos alojamos en un bivouac, un cuartel militar abandonado de los años 30, época del colonialismo francés. Es un cuartel en ruinas en cuya explanada han acondicionado un campamento de jaimas bereberes para alojar a los visitantes.
En realidad es un proyecto de ecoturismo,lo que supone que a) no hay luz eléctrica; b) no hay nada a cubierto para resguardarte de la lluvia; c) los wc son letrinas formadas por un cubo de plástico con una tabla con agujero y una tapa de water y tirar de la cadena consiste en echar una paletada de serrín al cubo; d) el agua corriente consiste en un bidón de mil litros que recoge agua de lluvia y la distribuye a la temperatura que decide Manolé alias Lorenzo.
A ello hay que añadir que acababa de pasar una riada hacía unos días y se había llevado por delante animales, palmeras y plantas varias, dejando tras sí un manto de guijarros y tierra amontonados. A ello hay que añadir que la riada debía de haberse llevado también la comida, que aunque sabrosa y preparada al estilo tradicional (hagazas de pan de leña, tajine de pollo con verduras, ensalada de queso de cabra realmente deliciosa) era algo escasa; como muestra cabe decir que una fuente de fruta para siete personas contenía 2 plátanos, 1 naranja y 1 manzana cortados a rodajas, ¡con lo barata que es la fruta -bueno, sólo ese tipo de fruta- aquí en Marruecos!
No obstante, el paisaje esa espléndido, con un río apenas naciente y serpenteante por entre las piedras, lo suficientemente profundo para poder tomar un baño y lo suficientemente poco ancho como para poder cruzarlo a nado. Por el camino, pastores con sus ovejas y cabras trepando a los arganes para comer sus hojas.

P.D.: mil requetemil perdones por no haber escrito antes, ¡no os podéis imaginar el poco tiempo que me queda libre! Gracias a todos los que me habéis dejado mensajes preguntándoos si se me había tragado la tierra. Mil gracias :-)

jueves, 7 de enero de 2010

Memoria

Lo sé, lo sé, tengo el blog olvidado pero es que han sido tan intensas estas últimas semanas: vuelta a casa, fin de una etapa, familia, Navidad en Marruecos y primera fuera de casa (aunque afortunadamente con familia alrededor), fin de año estilo ruso, amigos, vuelta a las fiestas entre semana... qué gusto rememorar todos esos instantes de dicha, algunos de relativo duelo, después de una carrera bajo la lluvia.