martes, 27 de abril de 2010
Ay, qué caló...
viernes, 16 de abril de 2010
La lluvia en Sevilla es una maravilla; la lluvia en Rabat es una bestialidad
miércoles, 14 de abril de 2010
La coral de Rabat
Hay dos cosas que me llamaron la atención (a parte, claro está, de la buena calidad musical del evento).
En primer lugar, su modestia. La Coral de Rabat es modesta, no cabe duda. No sé si utilizará uniforme en sus conciertos del Teatro Real pero en este concierto sus miembros iban vestidos con pantalón negro y camisa blanca, falda negra y blusa blanca, pero sin uniforme. Ni por asomo su presupuesto será similar al de, pongamos por caso, el Coro de la Comunidad de Madrid. Y sin embargo su profesionalidad, su calidad musical y su entrega al público son equiparables.
Por otro lado, y esto de veras me llamó la atención... ¡una de sus miembros era invidente! Me di cuenta (más bien se dio cuenta una amiga) porque leía las partituras en braille. Deconozco si en las corales europeas hay o no discapacitados, probablemente haya alguna "cuota" prevista legalmente para evitar que sean discriminados. Pero probablemente aquí no la haya y, sin embargo, ¡ahí estaba! Toda una lección de integración...
P.D.: no os precupéis por el minipost anterior, era sólo una reflexión de mi último viaje a España, en Semana Santa. Pero tranquilos que todo sigue, a veces más, a veces menos, pero siempre bien.
martes, 6 de abril de 2010
jueves, 25 de marzo de 2010
El hombre del taxi
Hay taxistas en Rabat de edad desconocida, de carne enjuta y seca y piel tostada surcada por mil arrugas. El hombre del taxi de ayer irradiaba una fragilidad humilde, casi ausente. Tenía marcadas facciones debidas sin duda a la falta de alimento: ojos hundidos de mirada oscura pero de limpio mirar, pómulos poco carnosos, labios apagados y boca sin dientes, cuello estrecho y pellejudo, pelo escaso, blanquecino y ralo. Sus manos de dedos artríticos conducían un Fiat color azul eléctrico casi tan viejo como el conductor. Se aferraba al volante con afán, descansando sobre él todo el peso de su cuerpecillo, del mismo modo que haría cualquier anciano sobre un bastón. Debía de rondar los 80 años.
Conducía su taxi con parsimonia, casi a riesgo de ahogar el motor. La aguja del cuentakilómetros no alcanzaba los veinte por hora. Se percibía en él la inseguridad propia de quien se se siente viejo y vencido por el paso de los años. Cada vez que otro automóvil lo rebasaba, ocupando de súbito su carril, soltaba una mano temblorosa del volante y la giraba lentamente con elegancia, a modo de interpelación, mientras ahogaba unas palabras que su cansada garganta era ya incapaz de pronunciar.
miércoles, 3 de marzo de 2010
Vida en un Oasis
Nos alojamos en un bivouac, un cuartel militar abandonado de los años 30, época del colonialismo francés. Es un cuartel en ruinas en cuya explanada han acondicionado un campamento de jaimas bereberes para alojar a los visitantes.